La frase se le escapó a Mía Jiménez antes de poder contener el temblor en su voz. Aquella escena—Ethan Martínez abrazando a su prima Raquel en el pequeño guardarropa del palacete familiar—parecía sacada de una pesadilla absurda. Hasta hacía apenas unos minutos, Mía creía estar viviendo la noche más hermosa de su vida: la fiesta de compromiso en la lujosa finca de la familia Martínez en San Sebastián, donde cada lámpara colgante, cada copa de cava y cada felicitación había alimentado su ilusión de un futuro perfecto.
Pero ahora veía la verdad cruda, desnuda, devastadora.
Ethan no se inmutó al ser descubierto. Con arrogancia helada, retiró sus manos del rostro de Raquel y se cruzó de brazos.
—Mía, no hagas una escena. Lo nuestro fue… cómodo. Pero nunca pensaste que encajarías en este mundo, ¿verdad?
Esas palabras le atravesaron el pecho con la precisión de un bisturí. No era solo traición: era humillación.
Sin poder soportar las miradas, los murmullos, ni la imagen de Raquel evitando su mirada, Mía huyó del salón. Sus tacones golpearon el mármol, luego la grava del jardín, hasta que por fin se derrumbó cerca del estanque, donde las luces cálidas del palacete parecían burlarse de ella.
Fue allí donde escuchó pasos.
De entre las sombras apareció Lucas Martínez, hermano mayor de Ethan, el “oveja negra del clan”, conocido por haberse marchado años atrás para construir su propia empresa tecnológica y desligarse de la prepotencia familiar. Lucas no llevaba corbata, ni traje impecable; solo una camisa arremangada y una expresión sincera.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad.
Mía no respondió; solo dejó que las lágrimas cayeran. Para su sorpresa, Lucas no la presionó. Simplemente se sentó a una distancia respetuosa.
—Te prometo algo —dijo tras un rato—. Lo que él te ha hecho no define tu valor.
Sus palabras no borraron el dolor, pero sembraron algo inesperado: calma.
Mientras la música de la fiesta seguía sonando, ajena a su tragedia, Mía sintió por primera vez un hilo de esperanza entre la ruina.
Pero esa noche estaba lejos de terminar.
Porque cuando Lucas regresó hacia la casa… vio algo que lo hizo frenar en seco.
¿Qué descubrió en la finca que podría cambiarlo todo en la Parte 2?
Cuando Lucas volvió hacia el palacete tras dejar a Mía en el jardín, lo que vio desde el corredor lateral lo dejó helado. A través de una ventana entreabierta, sus padres —Don Alejandro Martínez y Doña Isabel— discutían acaloradamente con Ethan y Raquel. No era una conversación sobre moralidad o vergüenza, como él hubiera esperado; era algo mucho más frío.
—Ethan, te dije que no jugaras con esto antes de cerrar el acuerdo, gruñó Alejandro.
—No es mi culpa que Mía haya aparecido, respondió Ethan, encogiéndose de hombros.
—Tu trabajo era mantenerla tranquila hasta que firmáramos los contratos de colaboración con su estudio fotográfico y así aprovechar su red de clientes. ¡Ahora lo has arruinado!
Lucas sintió una mezcla de náusea y rabia. ¿Era eso todo? ¿Un plan económico? ¿Una manipulación más de la familia?
Raquel, visiblemente irritada, intervino:
—Yo se lo dije. Era cuestión de tiempo que esa chica sospechara.
—Raquel, reprendió Isabel, tu papel era mantenerte discreta.
—¿Discreta? —rió Raquel—. Ethan nunca quiso a Mía. Solo la necesitabais para la imagen familiar.
Lucas se apartó de la ventana, el corazón golpeándole con fuerza. Aquello no era simple crueldad… era una operación calculada. Y Mía había sido la víctima perfecta.
Decidido a decirle la verdad, volvió al jardín. Encontró a Mía sentada en un banco, abrazándose a sí misma para no quebrarse.
—Mía, dijo con firmeza, sentándose frente a ella, hay algo que debes saber.
Ella levantó la mirada, los ojos rojos.
—¿Qué más podría doler?
Lucas respiró hondo y relató lo que había escuchado. A medida que hablaba, el rostro de Mía pasó de incredulidad a consternación y luego a una calma peligrosa. No gritó. No lloró. Solo respiró hondo.
—Entonces no solo me engañó… también me usaron. Todos.
Lucas asintió.
—No voy a permitir que sigan tratándote así, dijo él.
Pero Mía no buscaba venganza visceral. Quería justicia. Y dignidad.
Juntos regresaron a la casa, no para enfrentar a la familia públicamente —Mía no quería otro espectáculo— sino para recoger sus cosas. Sin embargo, cuando entraron a la biblioteca, escucharon pasos. Era Ethan, muy distinto al hombre arrogante de antes: ahora estaba nervioso.
—Mía, espera. Podemos hablar. No puedes irte así. Mi familia se enfadará conmigo.
—¿Te preocupa tu familia? —respondió ella con frialdad—. Yo ya no soy parte de vuestro juego.
Ethan extendió la mano para detenerla, pero Lucas se interpuso.
—Tómatelo como un “no”, Ethan. Y retrocede.
La tensión fue inmediata. Dos hermanos enfrentados por primera vez en años.
—Lucas, no metas las narices. Ella no es asunto tuyo.
—Lo es desde el momento en que la trataste como basura.
Ethan retrocedió, desconcertado por la convicción de su hermano.
Mía y Lucas abandonaron la finca juntos. Pero ninguno de los dos sabía que la familia Martínez no estaba dispuesta a dejar el asunto así… especialmente después de que Mía desapareciera con información que no debía haber descubierto.
¿Qué intentará hacer la familia para silenciar lo ocurrido en la Parte 3?
Durante los días siguientes, Mía intentó recomponer su vida desde su pequeño apartamento en Bilbao. Aunque el dolor seguía ahí, se negó a permitir que la humillación determinara su futuro. Canceló el compromiso públicamente, devolvió el anillo y publicó un comunicado profesional explicando que dejaría de colaborar con la familia Martínez.
Pero la familia no reaccionó bien.
Apenas una semana después, Mía recibió avisos de clientes cancelando proyectos. Algunos dijeron que la familia Martínez había insinuado que ella “no era confiable”. Otros, que su trabajo “no estaba a la altura”. Era un intento claro de arruinar su reputación.
Cuando Lucas lo supo, se presentó en su estudio sin previo aviso.
—Esto no puede seguir así. Mi familia está utilizada sus influencias para hundirte.
—Ya lo sé —respondió Mía, agotada pero firme—. Pero no voy a permitirlo.
Lucas le propuso una idea: hacer público todo lo ocurrido, incluyendo la conversación que él escuchó aquella noche. Dudó al principio —ella no quería un escándalo mediático— pero comprendió que el silencio solo beneficiaba a los manipuladores.
Tras consultar con un abogado, prepararon un comunicado formal que explicaba los hechos: el engaño, la manipulación comercial y el intento de difamarla. No se trataba de atacar; se trataba de defender su nombre.
La publicación se volvió viral en cuestión de horas.
Muchos clientes regresaron con disculpas. Algunos medios pidieron entrevistas, que Mía rechazó; no quería fama, solo justicia. La opinión pública se volvió contra la familia Martínez, cuya imagen de “dinastía impecable” se vino abajo rápidamente.
Ethan intentó contactar con Mía, primero con excusas, luego con súplicas. Ella no respondió.
Lo sorprendente fue lo que hizo Lucas: renunció públicamente a cualquier participación en los negocios familiares, declarando que no podía apoyar prácticas tan tóxicas. Su gesto causó un terremoto interno en la familia, pero también le dio a Mía un respeto aún más profundo por él.
Con el tiempo, la relación entre ellos creció sin prisa. No fue un amor instantáneo ni un remplazo apresurado; fue un vínculo construido con cuidado, honestidad y apoyo mutuo. Lucas la acompañó a sesiones de trabajo, la ayudó a expandir su negocio y, sobre todo, le ofreció un espacio seguro para ser ella misma.
Un año después, Mía inauguró su propio estudio fotográfico en el Casco Viejo, rodeada de amigos, colegas y de Lucas, que la miraba como si fuera el milagro más hermoso que había visto.
El pasado quedó atrás. La traición se transformó en fuerza.
Y cuando Lucas le tomó la mano mientras caminaban por el paseo marítimo, Mía comprendió algo:
A veces, la vida te rompe… solo para reconstruirte en un lugar donde realmente perteneces.