—“Soy estéril. Esos niños son un montaje barato.”
La frase cayó como un disparo en la Sala 3 del Juzgado de Familia de Madrid. Las cabezas se giraron al unísono. Alejandro Montes, magnate inmobiliario, sonreía con desprecio desde el estrado de los demandados. A su lado, su amante, Lucía Roldán, acariciaba su vientre de tres meses con una risa cruel.
—“Se va a quedar sin nada”, añadió ella en voz alta, segura de su victoria.
Yo, Isabel Montes, no dije una palabra. Abracé a mis gemelos, Daniel y Mateo, que apenas entendían por qué su padre los miraba como si no existieran. El juez, Doña Carmen Salazar, pidió silencio. Su mirada no era indulgente; era quirúrgica.
Alejandro había preparado su teatro con precisión: informes médicos, abogados caros, titulares comprados. Según él, una condición genética lo hacía estéril desde hacía años. Por tanto, nuestros hijos no podían ser suyos. Y yo, según su versión, era una oportunista.
Doña Carmen levantó un pendrive.
—“La señora Montes ha presentado pruebas almacenadas en una copia de seguridad en la nube, activada por quince euros al mes. Parece un detalle menor… hasta que uno mira el contenido.”
El murmullo creció. El abogado de Alejandro se removió incómodo. En la pantalla apareció un informe de ADN fechado en febrero, con sello de un laboratorio de Barcelona. Resultado: 99,9999 % de paternidad.
Alejandro sonrió, confiado.
—“Objeción. Tengo aquí un informe de esterilidad.”
La jueza levantó una ceja.
—“Lo tengo. Octubre.”
El aire se volvió denso.
—“Febrero frente a octubre”, continuó ella. “La concepción fue en enero. En febrero, el señor Montes era fértil. En octubre dejó de serlo.”
El color abandonó el rostro de Alejandro. Doña Carmen abrió un segundo archivo: notas médicas privadas.
—“Sufrió un fallo testicular agudo tras una intervención. En palabras del doctor: ‘Las últimas horas de viabilidad reproductiva coincidieron con su última convivencia con su esposa’.”
Las lágrimas me quemaron los ojos. Mis hijos no eran un fraude. Eran un milagro.
Entonces miré a Lucía. Su sonrisa se quebró. Sus dedos se clavaron en su vientre. Si Alejandro era estéril desde octubre… ¿de quién era el bebé que ella esperaba?
La jueza inclinó el micrófono.
—“Señora Roldán, ¿está dispuesta a declarar bajo juramento?”
Lucía gritó. Alejandro cayó de rodillas.
Y la pregunta quedó flotando, afilada como un cuchillo: ¿a quién pertenecía realmente ese embarazo… y qué más había ocultado Alejandro Montes?